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Japón - Día 11: Participando en una feria en Odaiba (Tokyo)


Tras comer algo, cogí el monorraíl hacia Odaiba. Este monorraíl no entra con el JRP, es de la línea Yurikamome, un tren elevado sin conductor que sale de Shimbashi, al sur de Ginza y cruza el Rainbow Bridge. El viaje es muy bonito, porque lo ves todo desde arriba y va bastante rápido.

Cuando llegué a Odaiba vi que aún seguía la feria, no sabía de qué. Lo que más me había llamado la atención el primer día fue ver la estatua de una caca gigante a lo lejos, pero no te dejaban acercarte porque había que pagar un pase especial. Fui a un puesto y le pregunté que qué daban con el pase. Me dijo que pegatinas.



¿Sticks?  Me miró con cara de “esta tía parece tonta” y me respondió en inglés “Sí, pegatinas. Se pegan, mira (y saca una y la pega en un folio) ¿ves? Son pegatinas que se pegan”.

La miré con cara de “me estás vacilando”, pero al ver que lo decía totalmente en serio le dije “Ahhh, en España no tenemos de eso”. Y me sonrió muy orgullosa.


Compré mi pase  y entré en la feria, que era una especie de gymkana. Tenías que recorrer toda la feria, incluido el edificio de la Fuji TV, buscar los sellos, ponérselos y volver al puesto. Entre medias podías ir pasando por distintos stands para ver actuaciones, entrar a una exposición de One Piece, o comer, como este helado con forma de barco de la serie.



En todos los juegos que quisieras participar había que pagar a parte entre 300 y 500¥, aunque tuvieras el pase ya comprado. En todos, menos en una cola que hice, no sabía pa qué, pero que al final le di a una máquina de bolas y me dieron una pinza de oso.   De verdad que no entendía nada de la feria ésta.

Y menos cuando todo el mundo empezaba a correr, a tener prisa y a mirar el reloj. Entonces me di cuenta de que la feria cerraba en media hora y de que sólo había encontrado un sello. Empecé a correr como hacían todos, pero no tenía ni idea de pa qué, ni por qué, ni qué pasaba con los sellos…

Acabé donde más gente vi corriendo: en la FujiTV. Allí hice cola para subir en varios ascensores, hice cola para bajar, hice cola para encontrar los sellos… y mientras la gente corriendo por todos lados.







Una familia empezó a organizarse. Los vi muy concentrados y decidí seguirlos discretamente. ¡A correr!

Bueno, al final me faltaron sólo dos sellos. Pero vi que a esta familia le faltaba también uno y que el padre fue con el niño con cara de pena al puesto inicial y se lo enseñó a la muchacha, y volvieron muy contentos.

Así que decidí  intentarlo. Fui con cara de pena a la tía de las pegatinas… le eché un trolón: “Mira, esta feria es muy importante para mí… vengo de España expresamente a este evento…”

La tía lo estaba flipando. Al final me puso ella los sellos que me faltaban y… tachán… el regalo eran las putas pegatinas y… ya está. No había más. Normal que la tía lo flipara.





Tanto correr por unas pegatinas. Bueno, sigo sin comprender aún el motivo de la feria, qué había que hacer, ni pa qué tanto. Y… lo más importante: qué hacía la estatua de una caca gigante y muñecos de esta caca paseándose por ahí.




Para acabar la noche recorrí el centro comercial Venus Fort a ritmo frenético para gastar los yenes que me quedaban, que eran bastantes pero no quería cambiarlos. Compré un montón de tonterías que no sabía ni lo que eran, como un sobre que parecía del estilo de “haz tus propias golosinas” y que resultaron ser sales de baño. Menos mal que me di cuenta en España de que ponía la señal de WARNING porque yo iba directa a comérmelos. 


Japón - Día 5: El barrio tradicional de Yanaka (Tokyo)


Moverse por aquí es un poco lioso. Para llegar a Yanaka Ginza desde la estación de Sendagi, hay que ir hacia la izquierda, cruzar la calle, girar a la derecha por la oficina de correos, seguir hacia la izquierda y la siguiente calle a la derecha. (Lonely Planet).

Como era de esperar acabé preguntado… Yanaka es un remanso de tranquilidad, casitas pequeñas, calles silenciosas, pequeños altares, tiendecitas, artesanía… Merece la pena para ver una zona tranquila que emula a los barrios de Tokyo de mediados del periodo Showa. Y así se quedó, sin muchas variaciones.


Tras visitar algunas tiendas y comprarme un helado de macha, o como me dijo la abuela que me atendió riéndose machá, llegué al Cementerio de Yanaka. Un cementerio tradicional donde vi a dos yakuzas que estaban muy afanados, limpiando a conciencia y con mucho respeto una de las tumbas.


Saliendo de Yudanaka hay dos templos magníficos: el Kannon-ji, para recordar a los 47 samuráis, y el Tennou-ji, el templo del Rey del cielo, con una enorme estatua de Buda en el patio.  



Japón - Día 5: Caminando entre los rascacielos de Roppongi (Tokyo)


De día, el barrio de Roppongi es bastante tranquilo, hay muchos rascacielos y japoneses de negocios de un lado para otro con su maletín. Pero de noche se transforma con strippers, discotecas, pubs, prostitutas...

Andando llegué a Roppongi Hills, una de las urbanizaciones más impresionantes de la ciudad. Con un montón de esculturas de arte moderno en plena calle, es una de las zonas más exclusivas para vivir. La Torre Mori, de 54 pisos, alberga algunas de las primeras empresas del mundo (Ferrari, Yahoo, Google…), el Mori Art Museum y el mirador Tokyo City View, cuya entrada cuesta y no tiene nada que envidiar a las vistas en el Tocho, gratis.


En la plaza de abajo se encuentra la sede central de la Televisión Asahi. La verdad es que me pilló de sorpresa, pero entré gratis cobijándome del calor asfixiante. Dentro puedes ver fotos y esculturas de estrellas de la televisión, un Shin Chan dorado y sellos que tienes que ir recolectando sin saber dónde se recogen ni para qué (algo usual, como ya me pasaría después en Odaiba). Al final, sólo conseguí coger un sello.



Dando vueltas por la zona de las embajadas, muy perdida, decidí pararme en una pastelería enorme. Disfruté de dulces típicos y me compré un dulce que había visto en muchas fotos y que lo acompañaban con helado. Para mi sorpresa, tan sólo era pan de molde, muy gordo, que se lo comen con helado en lo alto y decorado. Pero no deja de ser pan… y encima muy muy insípido.


Siguiendo por las avenidas llegué a la Tokyo Tower. Es 13 cm más alta que la Torre Eiffel, a la que tanto se parece, aunque está pintada de rojo y blanco. El primer piso tiene un acuario (1000¥) y en el tercero un museo de cera (870¥). La visita no merece mucho la pena y se suele decir que es la típica trampa para turistas. Allí vi  otro concurso de bikinis que no entendí muy bien, ya que toda la decoración era navideña. 😂



Terminada la mañana, decidí pasar la tarde visitando la parte más tradicional de Ueno: Yanaka

Japón - Día 4: De compras por Akihabara (Tokyo)


Con premura, ese día fui hacia Akihabara, el barrio paradigmático de Tokyo. Ya en la estación de tren todo me llamaba la atención: dibujitos manga por todos lados, ambiente friki, otakus, carteles, pantallas gigantes, música… Akihabara es un sinfín de tiendas de varios pisos, la mayoría de ellas sin ascensor y con escaleras estrechísimas, donde ver libros, libros y más libros, y figuritas de anime. Los japoneses que me encontré aquí no son como los que estaba yo acostumbrada a ver. La paciencia y la amabilidad que les caracteriza aquí se olvida. Todo el mundo va andando rápido, chocándose contigo, nadie se disculpa. Y los adolescentes, con el pavo a cuestas, están demasiado absortos en sus lecturas como para darse cuenta de que están molestando en el pasillo.



Akihabara empezó siendo igual que la Electric Street de Shinjuku, pero poco a poco la electrónica ha dado paso al manga. Los vendedores, al igual que en Shinjuku, salen a la calle a gritar por los megáfonos como si fueran tómbolas, pero mucho más estrafalarios y divertidos. Su ciudad electrónica se llama Denki-Gai. Las tarjetas de crédito se aceptan en prácticamente todos los establecimientos.






Las grandes cadenas de comida también están aquí. Así que aproveché para comer en un Yosinoya, barato y rico. Después entré en varios centros comerciales, como el edificio de Sega, el famoso Don Quixote, el Tokyo Anime Center o el    Yodobashi Camera, el centro electrónico más grande el mundo. Las Maids aparecen en cada esquina para ofrecer publicidad de sus cafés. La verdad es que tenía curiosidad por ir a uno, pero al final me dio cosa, porque muchos de ellos sólo permiten el paso a hombres. No entenderé nunca la costumbre de estos cafés, pero bueno…




Al final acabé entrando en un karaoke, muy chulo y barato. Las salas estaban tematizadas y con la entrada venían incluidas dos bebidas. 👉 Más información. 


Subí en el ascensor y me metí en una sala chulísima, llena de aparatos, una tele enorme, micros, tablets… Me trajeron la bebida, la carta no era cara. Y allí estuve haciendo el pavo durante 45 minutos. Cuando quedaban 5 minutos, el teléfono empezó a sonar. No sabía qué hacer. Abrí la puerta y le dije a un empleado: el teléfono está sonando. Me miró con cara de  “pues cógelo”.  Lo cogí, y me dijeron como pudieron que tenía 5 minutos para recoger las cosas y pagar en recepción.

Allí el karaoke se vive y lo que realmente se alquila es la sala. Luego cada uno se puede llevar lo que quiera. La gente iba con bolsas llenas de bebida y comida, plan botellón. 

También vi el Café Moco y el Café de los vampiros.



Es uno de los pocos sitios donde encontré una tienda de souvenirs para extranjeros. Hasta ese momento me había sido muy difícil encontrar recuerdos donde pusiera lo típico, el nombre la ciudad, algún monumento… Por suerte, muy cerca del edificio de Sega encontré uno con buenos precios, que vendían souvenirs de todo tipo.

Saliendo un poco del bullicio del anime busqué la Catedral de Nicholai. Una catedral ortodoxa rusa. No pega mucho con el resto del barrio y no te la esperas cuando aparece ante tus ojos. Está junto a la estación de Ochanomizu. Su nombre se debe a un misionero ruso que extendió la religión ortodoxa por Japón. Una rareza que merece la pena visitar.


Desde allí mismo cogí el transporte hacia Ueno, aún me esperaban mis dos kilometritos para llegar al hotel. 

Japón - Día 4: Por Ryogoku, el barrio del sumo (Tokyo)


Justo atravesando el puente donde está el edificio de la cerveza Asahi y el Sky Tree, llegué en poco tiempo a Ryogoku. Aquí el tiempo se detiene. Todas las calles tranquilas, hasta las principales. Los rascacielos dan paso a pequeñas casitas y edificios tradicionales donde pequeñas vasijas con pececillos improvisan diminutos acuarios en plena calle.

Ryogoku es famoso por el sumo. Las mejores escuelas del deporte tradicional se encuentran en este barrio. El problema es que están tan escondidas que a simple vista no se reconocen. Los restaurantes ofrecen su plato típico, el Chanko Nabe, el plato del que se alimentan los jugadores de sumo: es un guiso cocido con una mezcla de marisco, carne, verdura y pescados variados. Un plato que sirve para ganar peso rápidamente, una fuente de calorías impresionante. Hipercalórico.

Llegué tan temprano a Ryogoku para poder entrar en el Museo Fukagawa Edo. En este barrio está también el gran museo Edo-Tokyo, pero me habían comentado que, pese a ser muy grande, estaba más orientado a los japoneses. Así que decidí darle una oportunidad a éste. No es muy grande, pero es muy interesante. Los voluntarios que lo han montado han conseguido recrear a escala real una pequeña aldea Edo. Y lo mejor es que lo puedes tocar todo. Puedes meterte en las casas, disfrutar del tacto del tatami en los pies, ver los altares, los tenderetes de comida…  Además, los guías voluntarios son increíblemente buenos, hablan un montón de idiomas y me sorprendió que una de ellas sabía español (además de inglés, francés, alemán y un poco de chino). Me estuvo explicando cómo habían montado el museo y me acompañó por todo el recorrido mostrándome cómo se organizaba la aldea de aquella época y para qué servía cada cosa. Realmente lo recomiendo. Con la visita guiada el tour dura una hora.





1-3-28 Shirakawa, Koto-Ku. 9.30-17.00. Cerrado el segundo y el cuarto lunes del mes. Línea Toei Oedo o Hanzomon a Kiyosumi-Shirakawa, salida A3. Precio: 300¥


Saliendo del museo paseé un poco por el barrio asombrándome con las tiendas de ropa enorme. Son dignas de ver.


Como empezó a lloviznar, lluvia pegajosa típica de agosto, me di prisa para encontrar mi próxima parada: el Museo Nacional de Sumo: Ryogoku Kokugikan. Me costó encontrarlo, pero al final, una joven que sabía inglés porque había estudiado en EEUU me llevó justo a la puerta. El museo no es gran cosa, pero es curioso. Puedes observar las fotos de los ganadores de los torneos, considerados dioses, medallas, trofeos… La sala es pequeñita. En unos quince minutos lo puedes ver todo.


Aquí se celebran los basho (torneos de sumo) de quince días en enero, mayo y septiembre. Cuando hay torneos de sumo en el estadio, sólo pueden ver el museo los que tengan entrada para los combates. La entrada al museo es gratuta.





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